domingo, 3 de julio de 2011

Impresiones velazqueñas (I): Rubén Darío y Oscar Wilde

Velázquez, Mariana de Austria, c. 1652, sala 12.

La princesa está triste . . . ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro;

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas vanales,

y, vestido de rojo, piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la líbelula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgullosos de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa,

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar,

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Esta presa en sus oros, esta presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real,

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal,

¡Oh quien fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste. La princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

(La princesa está palida. La princesa está triste)

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

--¡Calla, calla, princesa --dice el hada madrina--,

en caballo con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor!
Ruben Darío

Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos… pero la princesa se aburría. Entonces apareció un enano; un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire, el enano fue todo un acontecimiento.
-¡Bravo, bravo! – Decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír.
Y el enano contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido.
- ¡Sigue saltando, por favor¡ – dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos.
Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. “Ella no es feliz aquí” pensaba el enano.“Yo la cuidaré y la haré reír siempre”
El enano recorrió el palacio buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes.
El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.
-¡Ah, estás ahí!, ¡qué bien! Baila otra vez para mí, por favor.
Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso.
- Ya no bailará más para vos, princesa – le dijo.
- ¿Por qué? – preguntó la princesa.
- Porque se le ha roto el corazón
Y la princesa contestó:
- De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón.
Oscar Wilde

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