sábado, 9 de julio de 2011

Giovanni Lanfranco, Jesús en el desierto asistido por ángeles, c. 1616, Museo de Capodimonte, Nápoles                       

Francisco Pacheco, Jesús asistido por ángeles en el desierto,c. 1616, Museo Goya, Castres
Guido Reni, La Virgen de la Silla, sala 26.

domingo, 3 de julio de 2011

Impresiones velazqueñas (y III): Quevedo

Velázquez, Felipe IV, c. 1653, sala 12.



MEMORIAL

Católica, sacra y real majestad,
Que Dios en la tierra os hizo deidad:

Un anciano pobre, sencillo y honrado.
Humilde os invoca y os habla postrado.

Diré lo que es justo, y le pido al cielo
Que así me suceda cual fuere mi celo.

Ministro tenéis de sangre y valor,
Que sólo pretende que reinéis, señor,

Y que un memorial de piedades lleno
Queráis despacharle con lealtad de bueno.

La Corte, que es franca, paga en nuestros días
Más pechos y cargas que las behetrías.

Aun aquí lloramos con tristes gemidos,
Sin llegar las quejas á vuestros oídos.

Mal oiréis, señor, gemidos y queja
De las dos Castillas, la Nueva y la Vieja.

Alargad los ojos; que el Andalucía
Sin zapatos anda, si un tiempo lucía.

Si aquí viene el oro, y todo no vale,
¿Qué será en los pueblos de donde ello sale?

La arroba menguada de zupia y de hez
Paga nueve reales, y el aceite diez.

Ocho los borregos, por cada cabeza,
Y las demás reses, á rata por pieza.

Hoy viven los peces, ó mueren de risa;
Que no hay quien los pesque, por la grande sisa.

En cuanto Dios cría, sin lo que se inventa,
De más que ello vale se paga la renta.

A cien reyes juntos nunca ha tributado
España las sumas que á vuestro reinado.

Y el pueblo doliente llega á recelar
No le echen gabela sobre el respirar.

Aunque el cielo frutos inmensos envía.
Le infama de estéril nuestra carestía.

El honrado, pobre y buen caballero,
Si enferma, no alcanza á pan y carnero.

Perdieron su esfuerzo pechos españoles.
Porque se sustentan de tronchos de coles.

Si el despedazarlos acaso barrunta
Que valdrá dinero, lo admite la Junta.

Familias sin pan y viudas sin tocas
Esperan hambrientas, y mudas sus bocas.

Ved que los pobretes, solos y escondidos.
Callando os invocan con mil alaridos.

Un ministro, en paz, se come de gajes
Más que en guerra pueden gastar diez linajes.

Venden ratoneras los extranjerillos,
Y en España compran horcas y cuchillos.

Y, porque con logro prestan seis reales.
Nos mandan y rigen nuestros tribunales.

Honrad á españoles chapados, macizos;
No así nos prefieran los advenedizos.

Con los medios juros del vasallo aumenta,
El que es de Ginebra, barata la renta.

Más de mil nos cuesta el daros quinientos;
Lo demás nos hurtan para los asientos.

Los que tienen puestos, lo caro encarecen
Y los otros plañen, revientan, perecen.

No es buena grandeza hollar al menor;
Que al polluelo tierno Dios todo es tutor.

En vano el agosto nos colma de espigas,
Si más lo almacenan logreros que hormigas.

Cebada que sobra los años mejores
De nuevo la encierran los revendedores.

El vulgo es sin rienda ladrón homicida;
Burla del castigo; da coz á la vida.

"¿Qué importa mil horcas, dice alguna vez,
Si es muerte más fiera hambre y desnudez?"

Los ricos repiten por mayores modos:
"Ya todo se acaba, pues hurtemos todos."

Perpetuos se venden oficios, gobiernos.
Que es dar á los pueblos verdugos eternos.

Compran vuestras villas el grande, el pequeño;
Rabian los vasallos de perderos dueño.

En vegas de pasto realengo vendido.
Ya todo ganado se da por perdido.

Si á España pisáis, apenas os muestra
Tierra que ella pueda deciros que es vuestra.

Así en mil arbitrios se enriquece el rico,
Y todo lo paga el pobre y el chico.

Sin duda el demonio, propicio y benino
Aquel que por nombre llaman peregrino,

Al Conde le dijo, favorable y plácido,
Cuando su excelencia oraba en San Plácido:

«Del rey los vasallos compiten tu puesto;
Destruye, aniquila y acábalo presto.

Los de la Corona mayores contrarios
Serán la disculpa para tus erarios:

Que si acaban éstos con la monarquía.
Morirá también quien te perseguía.

Mejor libra en guerra el que es prisionero
Que el que es sentenciado por el juez severo.

La causa de todo lo que ellos ganaron,
No la mataron, sino la libraron.»

Esto dijo el diablo al Conde Guzmán,
Y el Conde prosigue como don Julián.

Consentir no pueden las leyes reales
Pechos más injustos que los desiguales.

Ved tantas miserias como se han contado,
Teniendo las costas del papel sellado.

Si en algo he excedido, merezco perdones:
Duelos tan del alma no afectan razones.

Servicios son grandes las verdades ciertas;
Las falsas razones son flechas cubiertas.

Estímanse lenguas que alaban el crimen,
Honran al que pierde, y al que vence oprimen.

Las palabras vuestras son la honra mayor,
Y aun si fueran muchas, perdieran, señor.

Todos somos hijos que Dios os encarga;
No es bien que, cual bestias, nos mate la carga.

Si guerras se alegan y gastos terribles.
Las justas piedades son las invencibles.

No hay riesgo que abone, y más en batalla.
Trinchando vasallos para sustentalla.

Demás que lo errado de algunas quimeras
Llamó á los franceses á nuestras fronteras.

El quitarle Mantua á quien la heredaba
Comenzó la guerra, que nunca se acaba.

Azares, anuncios, incendios, fracasos.
Es pronosticar infelices casos.

Pero ya que hay gastos en Italia y Flandes,
Cesen los de casa superfluos y grandes.

Y no con la sangre de mí y de mis hijos.
Abunden estanques para regocijos.

Plazas de madera costaron millones,
Quitando á los templos vigas y tablones.

Crecen los palacios, ciento en cada cerro,
Y al gran San Isidro, ni ermita, ni entierro.

Madrid á los pobres pide mendigante,
Y en gastos perdidos es Roma triunfante.

Al labrador triste le venden su arado,
Y os labran de hierro un balcón sobrado.

Y con lo que cuesta la tela de caza
Pudieran enviar socorro á una plaza.

Es lícito á un rey holgarse y gastar;
Pero es de justicia medirse y pagar.

Piedras excusadas con tantas labores»
Os preparan templos de eternos honores.

Nunca tales gastos son migajas pocas,
Porque se las quitan muchos de sus bocas.

Ni es bien que en mil piezas la púrpura sobre,
Si todo se tiñe con sangre del pobre.

Ni en provecho os entran, ni son agradables,
Grandezas que lloran tantos miserables.

¿Qué honor, qué edificios, qué fiesta, qué sala,
Como un reino alegre que os cante la gala?

Más adorna á un rey su pueblo abundante.
Que vestirse al tope de fino diamante.

Si el rey es cabeza del reino, mal pudo
Lucir la cabeza de un cuerpo desnudo.

Lleváranse bien los gastos enormes;
Lleváranse mal si fueren disformes.

Muere la milicia de hambre en la costa;
Vive la malicia de ayuda de costa.

Gana la vitoria el valiente arriesgado;
Brindan con el premio al que está sentado.

El que por la guerra pretende alabanza
Con sangre enemiga la escribe en su lanza.

Del mérito propio sale el resplandor,
Y no de la tinta del adulador.

La fama, ella misma, si es digna, se canta:
No busca en ayuda algazara tanta.

Contra lo que vemos, quieren proponernos
Que son paraíso los mismos infiernos.

Las plumas compradas á Dios jurarán
Que el palo es regalo y las piedras pan.

Vuestro es el remedio: ponedle, señor.
Así Dios os haga, de Grande, el Mayor.

Grande sois Filipo, á manera de hoyo
Ved esto que digo, en razón lo apoyo:

Quien más quita al hoyo, más grande le hace;
Mirad quién lo ordena, veréis á quién place.

Porque lo demás todo es cumplimiento
De gente civil que vive del viento.

Y, así, de estas honras no hagáis caudal;
Mas honrad al vuestro, que es lo principal.

Servicios son grandes las verdades ciertas;
Las falsas lisonjas son flechas cubiertas.

Si en algo he excedido, merezca perdones:
¡Dolor tan del alma no afecta razones!
Francisco de Quevedo

Impresiones velazqueñas (II): Manuel Machado


Velázquez, Felipe IV, c. 1623, sala 12.

Nadie más cortesano ni pulido
que nuestro rey Felipe, que Dios guarde,
siempre de negro hasta los pies vestido.
Es pálida su tez como la tarde,
cansado el oro de su pelo undoso,
y de sus ojos, el azul, cobarde.
Sobre su augusto pecho generoso
ni joyeles perturban ni cadenas
el negro terciopelo silencioso.
Y, en vez de cetro real, sostiene apenas,
con desmayo galán, un guante de ante
la blanca mano de azuladas venas.
Manuel Machado

Impresiones velazqueñas (I): Rubén Darío y Oscar Wilde

Velázquez, Mariana de Austria, c. 1652, sala 12.

La princesa está triste . . . ¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro;

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas vanales,

y, vestido de rojo, piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la líbelula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgullosos de las perlas de Ormuz?

¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa,

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar,

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Esta presa en sus oros, esta presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real,

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal,

¡Oh quien fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste. La princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

(La princesa está palida. La princesa está triste)

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

--¡Calla, calla, princesa --dice el hada madrina--,

en caballo con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor!
Ruben Darío

Había una vez una princesa que vivía en un palacio muy grande. El día en que cumplía trece años hubo una gran fiesta, con trapecistas, magos, payasos… pero la princesa se aburría. Entonces apareció un enano; un enano muy feo que daba brincos y hacía piruetas en el aire, el enano fue todo un acontecimiento.
-¡Bravo, bravo! – Decía la princesa aplaudiendo y sin dejar de reír.
Y el enano contagiado de su alegría, saltaba y saltaba, hasta que cayó al suelo rendido.
- ¡Sigue saltando, por favor¡ – dijo la princesa. Pero el enano ya no podía más. La princesa se puso triste y se retiró a sus aposentos.
Al rato, el enano, orgulloso de haber agradado a la princesa, decidió ir a buscarla convencido de que ella se iría a vivir con él al bosque. “Ella no es feliz aquí” pensaba el enano.“Yo la cuidaré y la haré reír siempre”
El enano recorrió el palacio buscando la habitación de la princesa, pero al llegar a uno de los salones vio algo horrible. Ante él había un monstruo que lo miraba con ojos torcidos y sanguinolentos, con unas manos peludas y unos pies enormes.
El enano quiso morirse cuando se dio cuenta de que aquel monstruo era él mismo, reflejado en un espejo. En ese momento entró la princesa con su séquito.
-¡Ah, estás ahí!, ¡qué bien! Baila otra vez para mí, por favor.
Pero el enano estaba tirado en el suelo y no se movía. El médico de la corte se acercó a él y le tomó el pulso.
- Ya no bailará más para vos, princesa – le dijo.
- ¿Por qué? – preguntó la princesa.
- Porque se le ha roto el corazón
Y la princesa contestó:
- De ahora en adelante, que todos los que vengan a palacio no tengan corazón.
Oscar Wilde